Por RAFAEL
MOLINA MORILLO
Todo el
mundo tiene derecho a protestar. No hay por qué quedarse callado ante una
injusticia. Los dominicanos, superada la dictadura de Trujillo, hemos aprendido
a reclamar lo que nos corresponde y para ello contamos con los más variados
recursos.
Tenemos
motivos para congratularnos por ser un pueblo que no tiene pelos en la lengua y
que en todo momento está presto para cantarle su “panamá” al más bonito.
Pero
siempre hay un pero.
En esta
ocasión mi “pero” está en la forma empleada por los gremios, sindicatos y
asociaciones para demandar lo que consideran sus derechos, con razón o sin
ella.
¿Se han
fijado ustedes, amables lectores, cómo reclaman “lo suyo” los médicos, los
choferes, los abogados y las demás organizaciones laborales, religiosas,
profesionales…?
Por si no
lo han notado, les invito a observar en la televisión el desarrollo de una
protesta cualquiera, a ritmo de güira y tambora mientras algunos de los
manifestantes mueven alegremente sus caderas, palmoteando y coreando sus
consignas con incontenibles sonrisas de oreja a oreja.
¡Cuánto se
goza en esas huelgas, aunque no se consiga el objetivo de la protesta! (Eldia).
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